Calamaro habla sobre la reedición de “Honestidad brutal” y sobre la radicalización de lo políticamente correcto. No importa cuál sea su devenir ni qué postura adopte en redes: su obra sigue su camino sin mirar atrás. Sigue interpelando, conmoviendo y agitando la taquilla hasta agotarla.
En los últimos días su discografía sumó una versión “Extra Brut” de Honestidad Brutal (1999), dos vinilos y 6 cd, un disco que en su momento trastocó los estándares de la industria musical nacional y que legó himnos incandescentes entre sangrantes diagnósticos amorosos y observancia sociocultural sagaz.
La reedición es consecuente con la osadía de aquel original: seis discos, entre los que se destaca el original remasterizado por Joe Blaney, el productor que por entonces reincidía con Calamaro tras la experiencia neoyorquina de Alta suciedad (1997).
–¿A qué responde esta reedición de “Honestidad brutal”?
–Hasta el año pasado, no estaba interesado en escuchar y presentar los descartes de Honestidad brutal, que es un disco de 37 canciones. Pasaron años de la edición, muchos años, pero el interés subsiste, son canciones que se siguen escuchando y descubriendo, algunas las tocamos en las giras.
En 1999 Andrés advirtió que los adelantos tecnológicos en materia de comunicación traerían varios descalabros consigo, además de que nos distraerían de un colapso socioeconómico inevitable. “¿Quieren teléfonos móviles? Bueno, tomen…”.
–¿Cómo te sienta el haberlo profetizado todo?
–Profetizar “fines del mundo” también lo hacen chiflados con un cartel en plena calle. Es un meme del Siglo 20, de la posguerra, los ovnis y la bomba atómica. Lamento no haberme equivocado un poco.
–Así como en 1999 vaticinaste un futuro de conexión total y deshumanización, ahora lo hacés en relación con una edad media instituida por “la agenda progre”. ¿Creés que habrá una radicalización absolutista de lo políticamente correcto?
–Están tratando de llamar la atención, al mismo tiempo temen ser rechazados por imperfectos. Renuncian a las ideas individuales para seguir la corriente. En otro nivel, siempre existe alguien que recibe beneficios a cambio de bailar con el oportunismo, blindar la ingenuidad o presumir de moral ideológica. Les están bajando demasiado el precio a la política y a la cultura, empezando por el individuo, su carácter y espíritu. No es un asunto menor.
“La lucha de clases es un slogan, la realidad es que no le importa a nadie –sostiene–. Y la respuesta opuesta ya se escucha. Celebro un tiempo mejor para las mujeres que son la mitad del mundo o más, creo que son avances importantes, pero las tendencias animalistas y la religión vegana ya son rayanas al delirio: discutir con furia las corridas de toros es superficial y ridículo. Manipulando argumentos falaces podríamos discutir el fútbol, el vinilo y el paso del tiempo con idéntica furia”, concluyó.